En la vida hay siempre dos caminos. Siempre. Uno ha sido previamente asfaltado por otros, preparado con sumo cuidado para que lo transitemos cómodamente. Sin piedras que interrumpan el paso. Diseñado para que no dudemos, no nos preguntemos si existirá un desvío que nos lleve al mismo sitio o, incluso, a uno mejor.
El otro es el del corazón. Este no allana senderos. No maquilla con pintura los desperfectos del suelo. Traza recorridos repletos de altibajos. Planifica viajes de último momento y no tiene muy claro si encontrará dónde dormir en su siguiente destino. Si es que nos lo revela y no se trata de un viaje sorpresa…
El camino asfaltado es tranquilo. Podemos recorrerlo sin demasiado esfuerzo físico. No plantea grandes incógnitas y, por tanto, no exige tomar decisiones trascendentales. Aunque nos encontremos algún charco de vez en cuando, siempre quedará un margen a sus lados para vadearlo sin mancharnos de barro. Incluso una pisada temblorosa y débil será capaz de transitar este camino sin sufrimiento.
Sin embargo, los pasos por el sendero del corazón son siempre firmes porque les impulsa una voz sabia. Los pies no dudan cuando echan a andar. Saltan sobre los charcos aún a sabiendas de que salpicarán a su paso. Prefieren mancharse de barro a cambio de sentir desparramarse el agua bajo sus pies.
Por este camino no te equivocas nunca de dirección. En cada desvío, el corazón marca el rumbo. Ante cada elección, nos susurra la opción verdadera, la auténtica, la que solo nosotros escogeríamos. Cada latido al que escuchamos, cada emoción a la que honramos, cada sentimiento que compartimos es un impulso vital hacia el lugar que nos corresponde.
En el camino del corazón, un paso es un acto de valentía que merece ser anclado en nuestra memoria. Por eso, necesitamos recipientes capaces de guardarlos eternamente. Símbolos preciosos que nos recuerden que, un día, decidimos abrir un paraguas que nos protegió de la intemperie, nos permitió escuchar nuestro corazón y retomar la dirección adecuada.
Porque el futuro es incierto. Es muy probable que, tras la siguiente curva, nos esperen nubarrones y tormentas. En ese momento, podremos llevarnos la mano al pecho y apretar aquel colgante o bajar nuestra mirada y acariciar ese anillo. Sentiremos de nuevo la energía más potente que existe: el latido de un corazón que dijo “te quiero”, que festejó una decisión importante, que selló una amistad verdadera, que sintió el calor en el pecho que provoca un sentimiento al ser liberado y regalado. Las joyas son símbolos eternos con el enorme poder de conectarnos a esa voz sabia, que siempre susurra la dirección correcta en el siguiente desvío.
“Cuando debas elegir entre varios caminos, elige siempre el camino del corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca.”
– Popol Vuh